jueves, 11 de julio de 2019

Fue ayer o mañana o quizás hoy hace un instante que como si fuese otra vida y no la mía que al cruzar la calle fui atropellado por la soledad. Y al contrario de ser aplastado por un automóvil me sentí inundado por un dolor más dulce, el de la nostalgia. No hubo huesos rotos, no hubo sangre, solo esta sensación de estar en un salón repleto de espejos. Un salón lleno de vidrios que deberían haberme reflejado, pero en el cual no pude verme a los ojos. ¿será que el vacío no tiene rostro? ¿Será que la lejanía no deja divisar un cuerpo? Y si fuese así, ¿Qué tan lejos estaban esos espejos? Y si no hay conjugación de tiempo ¿por qué estoy hablando de un supuesto pasado? ¿No será que en este preciso instante la soledad sigue atropellándome? ¿O quizás me toque mañana? Si fuese así, ¿Por qué anticipo esta sensación? En todo caso lo más anecdótico de todo es poder haber reconocido este accidente que me rebota y me comprime el corazón. O me rebotó o me rebotará sin tener claro aún el momento justo que fui soy o seré aplastado por la soledad.

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