sábado, 16 de febrero de 2019
Primera aclaración antes de leer. Lo que estás leyendo en este momento
es la declaración del alma de un ser humano. Es la ondulación del
interior de alguien que podría llamarse Álvaro pero que no tiene nombre.
No posee un título. No está definido por las palabras ni está
documentado en el sentimiento de la humanidad. En este devenir de las
palabras que quieren ser la transformación de las emociones estoy en el
lado del péndulo donde está el dolor. Aquí no hay un sentimiento estático
y sin movimiento. Por lo que podría estar llorando y a los minutos
podría reírme de mi propia condición. Es el mismo efecto que el factor
climático nos plantea en estos tiempos. Lluvia y al rato sol y al rato
frio polar y seguido de calor intenso. Mentira que nuestra vida no esté
atravesada de fuertes emociones. Está llena de emociones y llena de
deseos inalcanzables. Nos quieren hacer creer que todo se puede
alcanzar, pero algunos morirán sin conocer que hay detrás de los bosques
en la margen contraria del río. Y duele saberlo. E incomoda a la
imaginación que ya se siente exhausta de no poder dibujar la verdad
interior. Nos catalogaron hasta la ilusión. Nos etiquetaron hasta la
razón de existir. Y hay cárceles donde comenzamos a albergar no presos
políticos sino presos de la división. Y amamos con un cálculo atroz. Y
buscamos el dolor conveniente. Le prohibimos manifestarse y le cerramos
las puertas del corazón por la comodidad de mantener un control óptimo
emocional. Pero no es posible acomodar las relaciones en estantes
virtuales. No podremos jamás domesticar el sentimiento humano. Serán
las propias emociones quienes como en un acto de guerra nos lastimen la
piel y se escapen de nuestro interno espacio. Y saldrán a mostrar su
calor, su color, su profundo realismo en el desprendimiento. Y allí no
habrá leyes ni imposiciones. Será la más hermosa libertad del ser. No
podrán castigarnos, acomodarnos o catalogarnos. No seremos género ni
especie. Solo fluir de fuego tierra, agua y viento. No estaremos atados a
las manos provechosas de una sociedad. No tendremos control del cuerpo
ni de la mente. Pues en ese lugar donde descarguemos los restos pesados
del sufrimiento, crecerán árboles, se abrazarán raíces y se alimentarán
animales hambrientos. Es la entraña del universo la que nos mueve su
dedo mágico y nos cambia de paisaje. Nos muestra el sendero a cruzar.
Nos enseña la más monstruosa lección del vivir. La muerte y el renacer
entre los restos del desamor.
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